La Entrevista

-Ma, te voy a grabar. Mirá a la cámara, no pasa nada. Comencemos en tres… dos… uno…

- ¿Está encendida?

-Sí, ma, decí tu nombre y edad.

-Me llamo María Amalia Rodríguez y tengo ochenta y siete años, cumplidos ahora en mayo.


Mi madre sufre de demencia senil y sus recuerdos se destilan gota a gota de su frágil memoria. Deseo saber con ansias qué queda ahí. Escuchar el tono y el timbre de su voz, hacerla sonreír un ratito, que se sonroje o que sienta algo que lleva muchos años sin sentir.


-Contame de la primera vez que te casaste.

- ¡Ay cariño!, antes uno no se casaba por amor, lo hacía porque la edad era adecuada, y si tus padres aprobaban a alguien de bien, te resolvían la existencia. Te dedicabas a las tareas del hogar y a criar los hijos y como por arte de magia, ¡puff tenías una vida hecha y derecha! Kurt Oser fue el marido que mi padre escogió para mí. Un distinguido caballero de origen germánico, casi cuatro décadas mayor que yo, dinero en el bolsillo y sin dramas al hombro. Yo no sabía hablar alemán ni mucho menos inglés, únicos idiomas que el señor dominaba, pero antes de casarme, mi abuela Chisca me enseñó a decir: Gute Nacht y Guten Morgen. Con eso y ser simpática, tenía yo un futuro prometedor. Servía el té todas las tardes a las cuatro en punto. Cuidaba de sus dos leales perros, entretenía a sus amistades con cócteles y buenos trucos de cocina; época donde se pensaba que las cosas de hombres eran de primero y las de mujeres, de segundo, hasta que nació tu hermana, la chiquilla más hermosa que había visto yo en la vida. Fueron años de bonanza y prestigio, de rozarse con la élite y de sentirse gran señora al lado de Herr Oser. Con el tiempo desarrollé afecto por Kurt, fue fácil, a cambio de esa vida que me daba. Lamentablemente, un par de años después, enfermó y murió de cáncer, dejándome viuda a mis tempranos veintes con una pequeña en brazos.


-Ma, ¿te paso un vaso de agua? ¿Querés seguir?

-Sí hija, una vez que se abren estas ventanas al pasado es difícil parar.

- ¿Te acordás de mi papá?

- ¿Quién?

-Mi papá, recordá que no todos somos del mismo canasto.

-Me acuerdo de aquel gordillo… de todos los pretendientes que tuve, fue el único que tu hermana no rechazó. Seguro le daba risa. Qué se yo. Además, yo quería al menos cinco hijos y él estaba dispuesto a dármelos.

- ¿Y esta vez sí te casaste enamorada?


- ¡No, que va! Lo hice por los hijos, y por tu hermana...


- ¿Te acordás de su nombre?


-William… no, Watson… quizás Wilson… Walter…


-Willy ma, se llamaba Willy.


-Ah sí, ese, ese.


Mamá hace una pausa y resopla. La cámara la mira, yo espero con ansiedad.


- ¡Condenado gordo! Ya me acordé por qué lo odiaba tanto. Haceme el favor y apagate esa vaina.







Comentarios

Entradas populares de este blog

Ser Músico

Canto

Autorretrato