Autorretrato

La sangre, la flor, la joya, el rubí. Cursaba yo mi segundo año de maestría en la universidad, creo que pocas veces me he sentido más viva, más fuerte, más auténtica, más yo, cuando el profesor de diseño, nos pide como proyecto un autorretrato pictórico. Yo, en pleno éxtasis de juventud a los 26 años, me sentía explotar en pasión, en euforia, en sueños, en emociones de mil colores; estaba a penas iniciando la vida que escogí llevar y me presentan esta grandiosa oportunidad. Pensé primero en cómo dibujarme, retratarme, pero ¿cómo un pequeño lienzo sería capaz de contener tanto que llevo por dentro? En ese entonces, decidí analizar mis colores. Llevaba más de dos años gritando a diestra y siniestra que me encontraba en mi etapa roja. Y hoy me pregunto, ¿un poco soberbio para la época no? Pensé en artistas como Picasso que se definían en su periodo azul o gris y yo muy prepotente dije: ah pues entonces yo soy roja, y, además, en desarrollo.


Analicé todos los demonios que me que me atormentaban por dentro: la niña frágil, temerosa, deseosa de perdón, pidiendo migajas de amor a quien quisiera darlas. Tierna, pequeñita, boronita que casi no se ve. Luego la mujer: prendida en fuego, ardiente de rabia, cabellos, labios y tacones rojos, con ganas de devorar el mundo y sin obstáculos significantes que fueran capaces de frenarla. Sensual, fortaleza pura, energía que explota como evento taurino a punto de empezar. Por último, el tercero, el rubí, la piedra en bruto, pero desgastada, que no se aguanta ni ella misma, bella por fuera, hecha añicos por dentro, con lluvia permanente en su rostro, difuminada, casi en gris. Al final, la primera línea de este texto fue el título que nació de ese autorretrato, del cual me sentí muy orgullosa en el momento.


Hoy, mamá, mujer, profesional, con más canciones en mi memoria y más besos en mis labios, me siento tan ajena a aquella imagen. Se me dibuja una sonrisa en el rostro al recordar esos días. Se me calienta el pecho y las emociones de imaginarme a tremenda amazonia, capaz de dominar el mundo. Hoy soy más rosa, hasta más violeta quizás. Con matices claros, pasteles, con curvas más pronunciadas, con el cabello y los sueños más enredados. Más de planes con menos intensidad. ¡Pero la esencia es la misma, eh! No vayan a creer que porque me han domado los años dejo de ser yo. Mis tres demonios siguen presentes, ahí, de lado, aunque ahora tenemos una relación más amistosa y menos tóxica. He aprendido a dominar mis fantasmas y controlar tanto caos. Hoy, ante ustedes, me encuentro anuente y en vela por la nueva Carolina que he de descubrir.




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