Ramón de Dota

A mí me han tachado de loca, revoltosa y hasta malcriada. Porque las verdades las digo desde el hígado, con corazón en mano, sin velos, asco ni miedo. Siéntase usted en total confianza de saber que, si le sonrío, es desde adentro y si mi rostro me delata, es porque no sabe ser más que sincero.

¿Que por qué me he peleado con la tía Luisa? Por cobarde. Porque ella no hace más que maquillar de rosa lo evidente; que el padre de Alberto, mi prometido, no era casto, ni bueno, ni irreprochable. Qué mas bien pecaba de mosca muerta y algo oscuro y tormentoso se traía entre manos. ¡Que sí! Que todos en el pueblo lo querían, eso sí le creo. Que tenía buen don de gentes, también. Pero para mí que cubren tanto a este bandido porque de seguro más de una mujer tenía y más de un hijo dejó botado. Que yo me lo averiguo, - me he jurado. La versión oficial dice que Ramón, el papá de Alberto, fue el orgullo de su familia religiosa y prudente, como se debe. Nunca faltaban a misa y su alianza con la parroquia local, allá por la zona de los Santos, era bien conocida y de mucha presunción. Que el joven, vivió una vida de servicio al prójimo y terminó en fatal accidente de tránsito por culpa del patas vueltas borracho de su primo, dejando así a Alberto, huérfano a los 5 años. La madre del niño, Inés, sin oficio ni beneficio, muchacha guapa, sencilla, virgen de pueblo, se enamoró perdidamente del primogénito de aquel hogar oligarca y, ante semejante evento, temió por la custodia de su hijo muchos años. Olas de amenazas iban y venían; que se raptarían al chico, que, en el momento menos esperado, desaparecería de la escuela. ¿Cómo una madre pobrete y sola, sería capaz de mantener la estirpe de un niño de tan fina procedencia?

Señores, esta es la razón por la que no hemos definido aún fecha de boda. Me rehúso a contraer nupcias y procrear en esta familia con el misterio sin resolver del tal Ramón, porque a mí esa historia me huele a caño, podrido, sucio y pasado por agua. Yo, sin ser gata, pero sí curiosa, me di a la tarea de buscar pistas, alguna luz para desenrollar este nudo, este martirio que me impide relacionarme con los parientes de Alberto. A ver, en el registro no hay rastros de descendientes de Ramón. No he encontrado en el pueblo viudas desalmadas, títulos de universidades de renombre o certificados de propiedad de grandes haciendas. Me inclino a mi último recurso. Saco cita y me enrumbo a una oficina ubicada en avenida 10, San José. Me identifico y recibo el documento en cuestión. Tomo el archivo entre mis manos y lo abro con pulso acelerado. ¡Lo sabía! Nunca me han tachado de ingenua ni mentirosa. Yo que de derecho canónico y de jerarquía eclesiástica sé poco, lo leo y dice: Archivo Histórico Arquidiocesano Monseñor Bernardo Augusto Thiel; se reconoce al Sacerdote José Ramón Jiménez como Párroco de la Iglesia Católica de Santa María de Dota. Caigo en cruz.






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