Don Elicio

Lloro como Magdalena en el sillón verde de la sala. Junto a mí, mamá consuela mi pena con un tecito, mientras seca mi pecho y mejillas con el limpión de la cocina. Este tipo de escenas se sienten ya normales en casa. 

Este año me gradúo con honores del Colegio Superior de Señoritas y mi familia lo celebra. Aquí, no sobra dinero, pero tampoco hay escasez en nuestras bocas ni miseria en las tardes de café acompañadas de buena tertulia. Mamá, con sus dones para la costura, me ha confeccionado un vestido corte en A, color celeste marino. Lo ha adornado con los mejores encajes y hasta ha forrado en satén cada botón de la espalda. Tras noches de trabajo, me lo presenta orgullosa la tarde de mi de graduación, y yo, sin creer lo que ven mis ojos, me lanzo a abrazarla por tan exquisito gesto. 

-Andá, vestite, que te agarra tarde -me dice. Todos en el salón confiesan que parezco princesa, y yo de verdad me siento así. 

- ¿Y usted, para dónde cree que va?, pregunta papá.

- Para el baile de graduación. Se acuerda que le dij…

- ¿Y así va a ir vestida?

- ¿Cómo? ¿A qué se refier…?

Toma su taza de café, negro como su alma, y me lo arroja encima. ¡Suspiro con horror!

-Así de sucia no me sale usted. Vaya para su cuarto, se cambia y hoy no come.

Ese fue el fin de mi noche tan esperada.


Don Elicio, que no merece diminutivos ni adoración, es padre de ocho criaturas, siendo yo la menor de todas. Se distingue por su carácter macho, por ser bueno para el trago, ponerle los cuernos a su mujer y por mantener a todos a raya con un chasquear de dedos. No he sido yo la única víctima de sus borracheras y atropellos. Los varones han sufrido mejor dicha al abandonar el nido a corta edad. Mis hermanas y yo, preferimos soportar los gritos y chilillazos, con tal de que no existan represalias contra mamá. Ahí sí nos duelen hasta las entrañas, de ver a nuestra viejita sometida a tal bestia. Tras cumplir con su profesión de educadoras, cada una se ha ido casando velozmente para escapar de este infierno y a mí, mi excelencia académica me ha llevado a conocer costas ajenas, al recibir una beca para estudiar en Puerto Rico.

Tras un año en el extranjero, recibo carta de mamá con noticias fatales. Don Elicio se encuentra postrado en cama con una dolencia del carajo que lo consume de a poquitos. Tomo mis maletas y me enrumbo a la patria. Al llegar, encuentro un hombre frágil, dependiente, huesitos forrados en piel, con una voz baja y tilinte. 

-Vení, acercate hija, para verte mejor. 

Descubrí que el cáncer lo ha subyugado; su lenguaje cambió a por favor y gracias, pasa los días escuchando mis historias en la isla, tomado de mi mano. Yo agotada y triste, lo cuido a pesar de todas las batallas que debo sanar en silencio. A mi madre, aprendió a respetarla y agradece cada una de sus atenciones. Se dio, así que eso era un papá. En pocos días, don Elicio, alias Mulo e' pueblo ha muerto.





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