Tarde de tertulia

Enciende su cigarrillo con calma, agita un par de veces su mano y apaga la llama del cerillo. Inhala profundo y exhala vida. El humo zigzaguea la habitación, seduciendo, como en esas escenas a blanco y negro del Hollywood de los años cincuentas.Podía tener ochenta y siete años, pero María Amalia sigue siendo diva. Lo suyo es la vanidad intelectual y ese aire a femme fatale que cautiva a través de su fuego interno, su capacidad de liderazgo y esa figura autoritaria, que aún con el tiempo no desvanece.

 

- ¿Otro, ma? -pregunto afligida.

-Si no morí cuando devoraba tres cajetillas al día, menos ahora. ¿Acaso estás escribiendo mi réquiem ahí con tanta palabrita en tu cuaderno? – dice en tono molesto.

-No, te observo y tomo notas. Siento que si no escribo muere este momento y quiero plasmarte en cada una de mis letras para llevarte conmigo para siempre.

Pero ¿qué decís, muchacha? Si todos somos de la muerte. En algún momento se nos seca el alma, el cuerpo y las memorias y ahí sí que dejamos de existir.

-Ay, yo quisiera contarte tantas cosas… sacarme todo lo que llevo dentro. Horas y años que hemos dejado pasar sin sincerarnos, aún teniendo este vínculo materno, estamos lejos. Siento que se nos acaban los momentos como estos, y los sigo queriendo, ¡que sean infinitosMe hubiese gustado conocerte a los treinta, cuando vestías siempre de enagua, medias de nylon y tus gabardinas largas. Cuando el taconeo de tus zapatos avisaba tu llegada y los espacios se activaban solo con tu presencia. Cuando llevabas la jefatura de cientos de colaboradores en una gran empresa y eras famosa por las pláticas profesionales junto a una taza de café. Humana, poderosa y alcanzable. ¡Qué energía la tuya!

-Juventud divino tesoro. Mirame ahora, tan opaca como cuero viejo. - dice la que no sale ni al garaje sin maquillaje.

-La juventud la dejaste atrás, pero ese brillo de mujer picante y auténtica, aún lo llevás en tus ojos verdes. Yo te veo ma, aquí, desde afuera, te siento.

- ¿Qué, me estás convirtiendo en canción? 

- Necesitaría gran voz y talento para cantarte como te merecés. Requeriría de notas precisas, una gran melodía, tonos y acordes en sinfonía perfecta. Podría intentarlo…

-Me hablás a veces con tanta poesía que te entiendo poco, chiquilla. No me enredés más las ideas, que bastante las siento ya como nudos apretados en mi cabeza. Dejá de pensar en mañana y qué vas a hacer con todas mis memorias. Vivamos el ahora, que la vida tiene una extraña manera de decirnos que los planes pueden cambiar de la noche a la mañana. ¡Salud por esta tarde, mi niña! Andásé buena y pasame otro cigarrillo.




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